Desde aquí, queremos enseñaros el cuento que nuestra compañera Eva Cardenas presentó en el concurso de la fundación ANADE y quedó como finalista.
En un reino muy lejano vivía la princesa Rosa con su padre el rey.
Rosa era una niña que tenía muy claro lo que quería en la vida y había decidido que quería ser peluquera.
Cuando se enteró su padre, intentó que se olvidara de ello ya que Rosa era una princesa y debía estudiar mucho para ser una buena reina, pero estaba claro que no debía estudiar peluquería.
Pero Rosa no podía dejar de lado ese sueño y cuando su padre no la veía, se dedicaba a peinar a los criados de palacio.
Una noche cuando Rosa creía que todos dormían fue a la cocina y se encontró con Paula, la cocinera del reino y la convenció para hacerle un peinado con trenzas y así practicar.
Paula, no muy convencida, accedió y Rosa comenzó con su peinado… Estaban las dos tan entretenidas, que no escucharon unos pasos que se acercaban.
Y de repente se abrió la puerta y apareció el rey, al que le cambió la cara, y se puso rojo de rabia al ver a su hija con todos aquellos utensilios de peluquería (tijeras, secador, peines, horquillas,…).
Inmediatamente despidió a Paula, a la que no la sirvió de nada suplicar por su puesto de trabajo.
A Rosa la castigó sin poder salir de su habitación. Pero al rey le daba mucha pena esta situación, así que pidió ayuda a su hada, Diana.
A ésta se la ocurrió hacer un hechizo a Rosa, el rey estuvo de acuerdo, era la única forma que le quedaba de quitarla la idea de la cabeza.
El hechizo consistía en que si Rosa no dejaba su absurda idea de ser peluquera, la crecería el pelo por todo el cuerpo, y si se lo cortase la crecería aún más.
La única manera para romper el hechizo era que Rosa olvidase la idea de ser peluquera.
Rosa al principio estaba encantada, porque se podía hacer peinados y peinados a sí misma con la gran melena que tenía, pero pronto se cansó porque era cierto que tenía un aspecto “raro” y además, todo ese pelo pesaba un montón y a veces la dolía la espalda.
Y para lavarse y secarse el pelo tardaba un día entero.
Su padre al ver que Rosa no cambiaba de idea, decidió echarla de palacio.
Y con todo el dolor de su corazón, la hizo una maleta y la dijo adiós, sólo podría volver si abandonaba su idea de ser peluquera.
Su padre tenía la esperanza que donde fuera no pudiese lavarse el pelo tan a menudo como en palacio y al final la acabase dando asco de tenerlo sucio, y abandonase su decisión.
Pero Rosa, era un poco cabezota y siempre había conseguido todo lo que quería.
Salió de las tierras de palacio y se adentró en el bosque.
Allí se cruzó con un par de personas que la miraron extrañados, preguntándose qué era aquello “¿Un león con maleta?”.
Ella sólo dijo que era peluquera y sólo consiguió arrancar unas risas en ellos:
-¿Peluquera con esos pelos? ¿Y por qué no te los cortas? ¡Jaja!.
Y siguieron su camino. Rosa también siguió el suyo, un poco hambrienta. Habían pasado ya unas horas desde que comió su último bocado en palacio.
Se sentó junto a un árbol y empezó a llorar.
Al poco tiempo apareció un muchacho, que la preguntó qué la pasaba y ella le contó su historia.
El chico que se llamaba Pedro, era ciego, y la dijo que se había desorientado porque habían cortado un árbol y ya no pudo encontrar el camino a su casa.
Rosa se ofreció a ayudarle, y llegaron a la casa del chico.
Los padres al principio se asustaron un poco por su aspecto, pero luego cuando la conocieron les pareció una buena persona y la invitaron a quedarse con ellos.
Con el tiempo, los dos jóvenes se enamoraron, y un día Rosa se levantó y el hechizo se había roto.
Era Rosa otra vez y sólo tenía pelo en la cabeza.
Resultó que el amor había roto el hechizo.
Rosa siguió peinando a la gente, era tan buena en su trabajo que su fama llegó a oídos del rey, que se dio cuenta de su error y se fue a buscar a Rosa.
Cuando la encontró, los dos se miraron, y al rey se le escapó una lágrima mientras la decía:
-Perdóname Rosa, me he equivocado.
Rosa perdonó a su padre, que la montó una peluquería para que siguiera con su sueño.
Rosa a cambio, estudió para ser una buena reina, y con el tiempo se casó con Pedro.
Y colorín, colorado…si quieres, te hago un peinado.
Gracias Eva por compartir con nosotros tu relato.
Rosa era una niña que tenía muy claro lo que quería en la vida y había decidido que quería ser peluquera.
Cuando se enteró su padre, intentó que se olvidara de ello ya que Rosa era una princesa y debía estudiar mucho para ser una buena reina, pero estaba claro que no debía estudiar peluquería.
Pero Rosa no podía dejar de lado ese sueño y cuando su padre no la veía, se dedicaba a peinar a los criados de palacio.
Una noche cuando Rosa creía que todos dormían fue a la cocina y se encontró con Paula, la cocinera del reino y la convenció para hacerle un peinado con trenzas y así practicar.
Paula, no muy convencida, accedió y Rosa comenzó con su peinado… Estaban las dos tan entretenidas, que no escucharon unos pasos que se acercaban.
Y de repente se abrió la puerta y apareció el rey, al que le cambió la cara, y se puso rojo de rabia al ver a su hija con todos aquellos utensilios de peluquería (tijeras, secador, peines, horquillas,…).
Inmediatamente despidió a Paula, a la que no la sirvió de nada suplicar por su puesto de trabajo.
A Rosa la castigó sin poder salir de su habitación. Pero al rey le daba mucha pena esta situación, así que pidió ayuda a su hada, Diana.
A ésta se la ocurrió hacer un hechizo a Rosa, el rey estuvo de acuerdo, era la única forma que le quedaba de quitarla la idea de la cabeza.
El hechizo consistía en que si Rosa no dejaba su absurda idea de ser peluquera, la crecería el pelo por todo el cuerpo, y si se lo cortase la crecería aún más.
La única manera para romper el hechizo era que Rosa olvidase la idea de ser peluquera.
Rosa al principio estaba encantada, porque se podía hacer peinados y peinados a sí misma con la gran melena que tenía, pero pronto se cansó porque era cierto que tenía un aspecto “raro” y además, todo ese pelo pesaba un montón y a veces la dolía la espalda.
Y para lavarse y secarse el pelo tardaba un día entero.
Su padre al ver que Rosa no cambiaba de idea, decidió echarla de palacio.
Y con todo el dolor de su corazón, la hizo una maleta y la dijo adiós, sólo podría volver si abandonaba su idea de ser peluquera.
Su padre tenía la esperanza que donde fuera no pudiese lavarse el pelo tan a menudo como en palacio y al final la acabase dando asco de tenerlo sucio, y abandonase su decisión.
Pero Rosa, era un poco cabezota y siempre había conseguido todo lo que quería.
Salió de las tierras de palacio y se adentró en el bosque.
Allí se cruzó con un par de personas que la miraron extrañados, preguntándose qué era aquello “¿Un león con maleta?”.
Ella sólo dijo que era peluquera y sólo consiguió arrancar unas risas en ellos:
-¿Peluquera con esos pelos? ¿Y por qué no te los cortas? ¡Jaja!.
Y siguieron su camino. Rosa también siguió el suyo, un poco hambrienta. Habían pasado ya unas horas desde que comió su último bocado en palacio.
Se sentó junto a un árbol y empezó a llorar.
Al poco tiempo apareció un muchacho, que la preguntó qué la pasaba y ella le contó su historia.
El chico que se llamaba Pedro, era ciego, y la dijo que se había desorientado porque habían cortado un árbol y ya no pudo encontrar el camino a su casa.
Rosa se ofreció a ayudarle, y llegaron a la casa del chico.
Los padres al principio se asustaron un poco por su aspecto, pero luego cuando la conocieron les pareció una buena persona y la invitaron a quedarse con ellos.
Con el tiempo, los dos jóvenes se enamoraron, y un día Rosa se levantó y el hechizo se había roto.
Era Rosa otra vez y sólo tenía pelo en la cabeza.
Resultó que el amor había roto el hechizo.
Rosa siguió peinando a la gente, era tan buena en su trabajo que su fama llegó a oídos del rey, que se dio cuenta de su error y se fue a buscar a Rosa.
Cuando la encontró, los dos se miraron, y al rey se le escapó una lágrima mientras la decía:
-Perdóname Rosa, me he equivocado.
Rosa perdonó a su padre, que la montó una peluquería para que siguiera con su sueño.
Rosa a cambio, estudió para ser una buena reina, y con el tiempo se casó con Pedro.
Y colorín, colorado…si quieres, te hago un peinado.
Gracias Eva por compartir con nosotros tu relato.
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